Hace tres días al
salir del colegio, encontré una Ariadna ensimismada. Tan acostumbrado estoy a
sus risas, sus canciones sus casi constantes interrupciones que pronto lo eché
en falta.
En principio lo
pude achacar a algún conflicto no resuelto en el colegio. Ahora ya con sus
cinco años comienza a tener conflictos con sus amigos. Pasan con extrema
facilidad de mejores amigos a enemigos irreconciliables por un rato.
Después de algunas
preguntas y varios monosílabos de respuesta opté por dejar que todo discurriera
como mejor opción.
Al llegar a casa y
mientras se desprende del chubasquero se vuelve hacia mí y con sus grandes ojos azules arañándome el
alma me dice muy seria.
Sabes papá en el
cole tenemos el árbol de los deseos que siempre los concede. – ¿Ah sí? Le respondo- deja pasar un lapso de tiempo
para volverse de nuevo y decirme.
Hoy yo le he
pedido mi mejor deseo.- ¡Ah! Qué bien- le vuelvo a responder.
Casi de revolera
me pregunta. ¿Quieres saberlo?
Claro que sí – le
respondo – me gustaría mucho.
Me mira de nuevo y
comenta. Le he pedido que vivas cien años más para poder estar contigo más
tiempo. .. Así de sencillo como ella acostumbra a hacer todo.
Quedo parado
observándola y tomando mi tiempo para poder digerirlo. Luego la atraigo hacia
mí en un abrazo que sale del alma.
Por mi mente en un
instante pasan a gran velocidad tantos momentos vividos en estos cinco años y
mis ojos se inundan de lágrimas y mi alma se llena de amor. De amor con A
mayúscula como les suelo decir a los que me rodean. La miro y poco a poco la
abrazo y la apretujo en mi cuerpo. Siento que su cuerpo se abandona y se siente
segura. Hoy a mis sesenta y cinco años he vuelto a llorar de felicidad.
Hace seis
años tuve la oportunidad de asistir a un
rito chamánico en un taller de biodanza que se denominaba "el árbol de los deseos".
Allí pudimos expresar tanto Rosana mi mujer como yo el deseo de ser padres.
Este deseo se materializó al año siguiente y se llama Ariadna.
Gracias vida.
Antonio 23-10-2017
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