En 1862 Victor Hugo dio luz a una de sus novelas más importantes
“Los Miserables”. En ella retrataba los estereotipos de una sociedad en la que
si eras pobre además eras potencialmente delincuente y carne de presidio.
En 2020 la realidad no ha cambiado tanto. Ahora tenemos unos
jóvenes con nosotros que denominamos eufemísticamente MENAS, o simplemente y
hablando en general MENORES TUTELADOS. En mi opinión nuestra novela de este
siglo, se podría titular “Los Invisibles”.
En realidad, son menores desamparados, algunos vienen de
lejos huyendo de la miseria, la explotación y la guerra utilizando como único recurso
su instinto de supervivencia.
Los otros, los nacionales, los más vienen de aquí mismo, del piso de
al lado, del mismo barrio que habitamos y a veces de familia cercana, lo que
sin duda arroja más horror.
Todos y todas tienen algo en común. El dolor de sentirse
excluidos, diferentes por el solo hecho de no haber nacido en el lugar adecuado
y en el seno de la familia adecuada.
Muchos han sido víctimas de una violencia
infinita y castradora desde casi su nacimiento, modificadora de actitud y
pensamiento aún más si encima tuvieron la osadía de nacer mujer.
Tienen roto el
corazón cuando apenas son unos niños, cuando lo que tendrian que estar es plenos de caricias, de afectividad y de amor.
Se muerden las lágrimas por no poder
llorar y buscan cobijo y caricias que tanto añoran en el sitio equivocado. Es fácil
de entender.
En estas circunstancias son presa fácil para cualquier caníbal
hambriento de carne joven. Y estos depredadores, como las hienas van bordeando
el rebaño por donde quiera que pase.
Los acompañan a lo largo del interminable camino, les
esperan a la salida de los centros, acechan de todas la formas imaginables. Siempre
manifestándose desde su poder superior.
Les ofrecen las migajas de su tétrico
menú para invitarles en el festín y así de unos en otros los buitres se ceban y
cierran el circulo, protegiéndose frente a extraños a su hazaña. Sellando bocas,
silenciando denuncias, y torciendo voluntades compradas con silencio de dolor y
desesperación cuando no de muerte.
Pero no tenemos de que preocuparnos. Hemos construido
centros donde acogerlos, tenemos un sistema que los alimenta correctamente, los
cuida y los mantiene tutelados. En nuestra sociedad tan bien preparada no
suceden estas cosas porque todo funciona.
¿O quizás no?.
Con una tristeza inmensa. Antonio 27 de Enero de 2020.
Yo personalmente no miraré hacia otro lado.