Durante mucho tiempo mi
madre conservaba un viejo jarrón de cristal en casa.
Lo tenía situado en un
lugar destacado del mueble del comedor. Al limpiarlo lo hacía con mucho cuidado
sosteniéndolo con una mano mientras con la otra repasaba una y otra vez con la
bayeta hasta que no quedara ni una sola mota de polvo.
Estaba hecho de un
cristal fino y transparente y tenía unos grabados de florecitas en su cuerpo. Lo
recuerdo porque me llamaba mucho la atención por aquel entonces. Apenas tendría
seis o siete años y me preguntaba cómo podían haber hecho ese tatuaje en un
cristal tan fino.

Han pasado muchos años y
durante todo este tiempo me he dado cuenta que ponemos jarrones de cristal
antiguo en lugares importantes de nuestra vida. Jarrones que a menudo están al
alcance de los demás y si no somos capaces de preservarlos, es posible que más
adelante tengamos que lamentar su pérdida.
Cuando comenzamos una discusión con nuestra pareja, si no ponemos cuidado es posible que algo importante se rompa. A veces palabras que no queremos decir se escapan de nuestra boca, gestos mas o menos procaces, reproches... De pronto el tintineo de los cristales rotos nos volverá a la realidad y entonces algo que no se puede pegar ni disimular se habrá roto.