Madrid once de la mañana. Mi primer día de estancia se abre
incierto. hoy ha aparecido cubierto y amenazante. En cualquier momento
comenzara a descargar la tormenta. De hecho, algunas gotas atrevidas comienzan
a salpicar a los viandantes.
Obstinado y con una necesidad acuciante de desayunar me
siento en una terraza para pedir mi manjar preferido café y tostada.
Mi mesa está prácticamente en un lugar privilegiado, ósea en
medio de un paseo donde circulan, con prisa como siempre, muchos seres en busca
de… quizás algo mejor.
Al pronto. Dos parejas cruzando, de frente cada una en lo
suyo.
A mi lado izquierdo pelo azul verdoso una y rojo interpelado
la otra con tatuajes y miradas cruzadas de Pimpinela enloquecida. Amor rebosa
excitante por sus poros mudos. Se hablan, se atropellan, abrazos, besos, en un
sin parar disparatado. Me pregunto si entre tanto pueden respirar, parece que
sí.
En el otro, dos miradas cómplices y huidizas, que se desean
detrás de sus mascarillas, una de ellas con doble mascarilla, una negra y otra
blanca debajo. Me pregunto si tendrá un significado oculto. En un punto una se
atreve a rozar el codo de la otra que rápidamente es retirado por haber sido
transgredido. Amor incipiente y contenido que apenas puede esparcirse.
Dos parejas, cuatro mujeres, dos amores y cuatro realidades
distintas contenidas en la nueva normalidad que vivimos.
Tod@s tendríamos que juntar nuestras manos y entonar una
plegaria no religiosa, pero si espiritual y trascendente para que el ser humano
pueda volver a ser y a ser- humano de nuevo.
Amar y ser amado, tener la capacidad y el derecho sin juicio
para serlo. Nacemos libres y nos vamos más libres todavía. Por favor, déjennos vivir
de ahora y para siempre.
Diario de un naufrago a 15 de septiembre de 2021, año de
nuestro señor. Segundo de la pandemia.