Estoy en la etapa
de vuelta de la vida. Los Mayas dicen que el hombre, el nombrado ser humano, da
la vuelta a la vida alrededor de los cincuenta años. Para este momento, se
supone que has tenido tiempo de sobra para experimentar lo que viniste a hacer
en este mundo y para haber pasado las pruebas suficientes para seguir tu
camino. Es también en este momento cuando has dado la vuelta a tu vida y
comienza a florecer en ti esa parte oculta que tanto te afanabas a veces para
que nadie pudiera sospechar que la llevabas dentro.
De esta forma
aquel macho autoritario y controlador se vuelve más apacible dócil e incluso
cariñoso y se puede dar el caso que su mujer y sus hijos de tan acostumbrados
que estaban a lo que era, ahora no lo reconozcan e incluso lo menosprecien.
También aquella
mujer que siempre fue sumisa responsable callada y buena madre se vuelva de
pronto respondona, plante al más pintado, cuelgue todo, monte un negocio o se
busque un nuevo acompañante para recorrer y explorar ese mundo que años antes
veía como algo imposible.
Todo es posible a
partir de los cincuenta. Todo menos seguir indiferente, porque seguir
indiferente, es entregarse y resignarse a lo que siempre hemos sido a la
seguridad de lo conseguido de lo atesorado a veces con mucho esfuerzo.
Resignarse a no ser feliz o por lo menos no intentarlo en el tiempo de
descuento, en la vuelta de la vida.
Por esto los
mayas que sospecho que de esto sabían y estaban en pleno contacto con el medio
natural donde vivían, decían que ahora se abría la segunda vida que
correspondía vivir conforme a lo aprendido en la primera.
En nuestro mundo
occidental del siglo XXI la tercera edad la vivimos con la sensación del
agostamiento, del otoño permanente. Parece que nos entregamos a actividades
alocadas que se enfocaran a un planteamiento de llenar el tiempo con cualquier
entretenimiento en lugar de plantearnos actividades que nos ayuden a ser más auténticos,
a desarrollar nuestra parte reprimida, a sincerarnos con nosotros mismos. Actividades
que nos sirvan para desarrollar las potencialidades que nuestra experiencia de
vida nos ha preparado para ejercer.
Ahora tenemos
menos prisa por hacer cosas lo que nos convierte en mas concienzudos y
efectivos. También ahora parece que tenemos la capacidad de detenernos a
admirar los momentos inolvidables que la vida nos brinda sin que por ello
alguien nos diga o nosotros mismos que estamos perdiendo el tiempo. Ahora
tenemos la oportunidad de amar sin prejuicio, sin exigencia, simplemente amar,
a nuestros hijos, a nuestra mujer, a los amigos, incluso a aquellos que ya no están. Ya no importa el
tiempo, ni las opiniones, el qué dirán ya no tiene cabida. Es el momento de
asumir lo experimentado y aprendido. Es el momento de amar la vida.
Es en este
momento cuando surge la elección para esta segunda parte. Podemos elegir
quedarnos en la carencia afectiva, en la insatisfacción y frustración por lo vivido. También y esto sería
mucho menos sano quedarnos en la recriminación y en el odio hacia los que nos
han hecho daño. Incluso en la rabia permanente que nos genera la envidia de
todos aquellos que nos espejaron con su comportamiento lo que nos gustaría
haber hecho y no fuimos capaces de hacer. Esto es la mezquindad que nos ha
llevado a estar donde estamos y esto ya lo hemos experimentado. Es la elección
del temor.
Es el temor a
elegir lo equivocado, es el temor a que me abandonen, es el temor a que no me
amen, es el temor a no ser capaz, es el temor a no quedar bien, a no ser esa
persona que durante tanto tiempo he tenido que fabricar y sostener.
La segunda opción
que presento como contrapartida es la elección del amor.
El amor por todo
lo que me rodea, la generosidad de dejar salir a los que ya no quieren seguir
conmigo. La humildad de aceptar a aquellos que vienen de nuevo tal y como son.
Es el sentimiento del amor puesto en todo lo que hago cada día y en cada
momento. Es el sentimiento del amor en mis momentos de intimidad, es el amor
puesto en esa mirada calmada que me devuelve el espejo. Es el amor reflejado en
los ojos de una nueva madre. Es el amor del padre anciano que ya perdió la
cabeza. Es el amor reflejado en mil matices a la salida del sol y a su puesta.
Podemos elegir
seguir viviendo en el temor de lo que queda por venir o por el contrario
descubrir el amor en cada instante nuevo de vida que no es regalado. La
elección es nuestra y ahora a los cincuenta sí que somos completa y
genuinamente responsables de ella.