La huella

 

De mañana al abrir los ojos alargué mi mano para tocarte. Acariciar tu piel suave como una perla y solo encontré el vacío que tu cuerpo había dejado en el colchón.

Con rabia me revolví en la cama abrazando tu sitio, el altar donde tantas veces me había postrado para contemplar tu mirada mientras yacías ante mí, desnuda de cuerpo y lo mejor de alma. Almas juntas en la danza universal del amor.

La huella maldita, el vacío que deja un cuerpo cuando se va, porque tu alma hacía tiempo se había ido.

Lloré. Llore por tantas veces que no había llorado, por tantos silencios rotos solo por los aullidos lejanos de los demonios que acechaban y cercaban nuestro amor cada vez más.

Te busqué con rabia, como loco hasta despertar de mi sueño repetido durante mis quinientas noches.

Mas tarde con la taza de café humeando apoyado en el umbral de la cocina donde tantas veces te contemplaba al atardecer cocinando, cantando y soñando. Comprendí por fin que te habías ido para siempre.

Con cariño fui a repasar la cama de nuevo, acariciando cada uno de los huecos impresos donde dejaste la huella de nuestro amor y me rendí a la evidencia.

El hueco de tu huella estaría para siempre marcado a fuego en mi corazón.

Llevé mis manos a ese hueco y me sentí por fin completo al ver que tu ausencia estaba dentro de mí. Por fin éramos de nuevo dos, tu huella y yo.

 

Dedicado a todos los amores que se fueron sin querer irse. Dedicado a todas las situaciones en que la vida nos pone a prueba con una brutal despedida.

Con amor. Antonio 5/7/2021