Hace un par de días recibí una visita inesperada. Uno de mis
amigos, mi mejor amigo sin duda hoy en día, se presentó en casa sin avisar.
Esto no tendría que haberme sorprendido si no fuera porque
es extremadamente cuidadoso con las formas. Cuando abrí la puerta y traspasó el
umbral sentí que algo estaba sucediendo. La disculpa era la devolución de un
objeto que le había prestado y que sentía la necesidad de devolverlo sin
embargo su mirada decía mucho mas.
Después de un café y varios ¿como estas?- yo bien. ¿Cómo te
van las cosas?- bien para los tiempos que corren. Preguntas y respuestas automáticas,
le pregunte por su viejo perro, hacia unos días habíamos hablado y al parecer
se había enfermado.
Después de un suspiro y un silencio que se hizo eterno. Comenzó
a hablar. Estaba muy mal, con una enfermedad terminal. Hay que pincharle dos
veces al día- me dijo- y no sé como lo voy a llevar. Todos me aconsejan que no
gaste más dinero en el veterinario, que no tiene solución. Que le ponga una inyección
y ya está. Sabes, es mi perro y hemos pasado tanto tiempo juntos. Me ha ayudado
tantas veces a pasar mis ratos de soledad. Ahora el me necesita y yo no lo voy
a dejar. Cuando me decía esto su mirada se cruzo con la mía y sus ojos
humedecidos se encontraron con los míos y sus lagrimas y su emoción apenas
contenida, era también la mía. Te entiendo, le dije. Nos abrazamos y cuando se
alejaba sentí en mi corazón toda su ternura y su capacidad de amor y di gracias
a la vida por tener un amigo como él.
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