La vida ha cambiado

 


Sí. Aunque no lo notemos, aunque peleemos por negar y decir lo contrario, esta situación nos está cambiando.

No solo desde fuera, por las normas de confinamiento más o menos estricto. Si no desde dentro, desde lo nuclear, desde ese lugar oculto donde grabamos nuestras convicciones y nuestras creencias. Desde ese lugar donde en según que casos ni siquiera nosotros mismos poseemos la llave para acceder.

Últimamente he pasado por tres vivencias, de personas cercanas, a veces familia o casi que según su conversación o su propia actitud así me lo han explicitado.

Nos hemos vuelto hacia dentro, esto tiene una parte sana porque nos ayuda a conectar con nosotros mismos, pero a la vez contempla un peligro y es que según de que manera nos individualiza y aleja de la realidad.

Así he tenido la ocasión de ver que personas antes abiertas y extrovertidas ahora se alejan del contacto aún visual y telefónico, se aíslan y cada vez se muestran de forma mas huraña. Aparentan que se encuentran bien y sin embargo su actitud, su voz e incluso su conversación trasmiten tristeza e incluso una pena profunda.

Otros ya de por si viviendo en una alerta constante se encuentran confinados por ellos mismos, desconfiando aún de sus propios medios para evitar conectar y contagiarse. Transmiten angustia y stress difícil de controlar que algunas veces se muestra en agresividad para su propio entorno.

También los hay resignados ante la situación, directamente abandonados a su implacable destino como si su dios omnipresente ya hubiera designado su fecha de contagio y partida.

Por último, están los contrafóbicos, perdón, los negacionistas que niegan la mayor. Podrían estar ante la torre de cadáveres apilados en las calles como sucedió en mas de un país, daría lo mismo. No existe peor ciego que el que no quiere ver.

En todos ellos hay y perdura ya durante mucho tiempo el miedo existencial. No solo el miedo a enfermar y a morir. El miedo que subyace es el miedo a no seguir viviendo, a no recuperar nuestra forma de vida, porque esto es lo que se intuye. Que la vida ya no va a ser la misma. Esto seria de agradecer que se dijera con honestidad desde las instituciones que tanto velan por nuestra seguridad.

Hace poco mi hija me hizo reflexionar sobre esto al salir de su colegio. Íbamos de vuelta en el coche y se quitó con desgana la mascarilla, manifestando su hartazgo por llevar su pequeña nariz tapada tanto tiempo.

Lanzó la pregunta al aire como suele hacer ella, así como si no esperara respuesta. ¿Algún día podremos volver a ir sin mascarilla? ¿Podre jugar con otros niños y verles los ojos y la boca?

Tragué saliva y tomé aire para tomarme un momento de reflexión. En este momento pude conectar con tantos instantes en mi vida donde necesité ver las expresiones de los demás para comprender y empatizar con ellos y tuve conciencia de lo que nos había sido vedado. También tuve la necesidad de ser honesto con ella y conmigo mismo dejando aparte mis miedos y gestionando mi enfado con la situación que vivimos.

Mi contestación fue escueta y lo mas honesta posible. Sí, pienso y deseo que, si podremos ir por la calle sin mascarilla, pero sabes tendremos que acostumbrarnos a llevarla con nosotros y posiblemente la tengamos que utilizar en locales cerrados, en medios de transporte o donde haya aglomeraciones de personas, máxime cuando estemos acatarrados o con síntomas de alguna enfermedad.

Mi hija contesto al punto, vale, pero así cuando juegue con ellos en la calle podré verlos sonreír.

Diario de un naufrago en el 20 de febrero de 2021, año segundo de la pandemia

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