Llevo practicando Biodanza unos cuantos años. Primero como
simple simpatizante, más tarde inicie mi camino de exploración y por fin los
años de formación como facilitador.
Durante todos estos años he ido pasando por etapas de mayor
bienestar más o menos continuadas y siempre en una curva orgánica ascendente.
Biodanza me ha desarrollado como persona y como ser humano
en relación con los demás y como consecuencia de mi trabajo he visto y vivido
cambios a veces sorprendentes en personas que han participado conmigo en mis
clases.
Es ahora sin embargo y gracias a la oportunidad de trabajo y colaboración brindada por
una buena amiga, Pepa Horno, cuando he experimentado el salto cuántico que
biodanza es capaz de producir. Es la apertura del corazón a las emociones mías
y a las emociones que percibo de los demás. Es la conciencia ampliada de la
afectividad llevada a la quintaesencia del ser.
Ayer lo sucedido en la clase ronda el privilegio de ser
persona, auténtico ser humano.
Voy a transcribir aquí una parte de texto entresacado del
blog de su autora porque yo no sabría ni tengo los recursos suficientes para
describir algo tan existencial y de una manera tan bella. A los que me leáis
recomiendo que deis también un pequeño salto para descubrir este blog que
contiene autenticas joyas.
<< Hoy hemos
hecho una de esas sesiones en un centro de primera acogida, donde reciben en un
primer momento a los niños y niñas que se ven obligados a salir de sus
familias...
Situémonos, niños y
niñas que han sido abusados, maltratados, que han visto cómo sus padres morían
o enloquecían o se enganchaban a algo hasta olvidarse de ellos, que han pasado
por una o varias familias, para los que es su primer ingreso en centro, o el
cuarto, a los que a veces lleva al centro la policía, otras el juzgado, otras
los servicios sociales…
Y hemos comenzado a
bailar en el patio del centro, a caminar con música, a hacer ejercicios. La
música sonaba, nosotros estábamos en la vivencia, mientras algunos educadores
cuidaban de los niños y niñas que había en el centro en ese momento.
Pero poco a poco los
niños y niñas han ido saliendo de sus habitaciones. Y cuando en un momento
determinado he abierto los ojos de uno de los ejercicios que estaba haciendo había
más de diez chicos mirándonos bailar. Y esos mismos chicos que chillan, gritan,
insultan, no paran quietos y a veces agreden para expresar su dolor y la
injusticia de sus vidas se han quedado callados y quietos mirándonos durante
más de una hora. Algunos han llorado. Y también han visto llorar a varios
educadores. Y les han visto abrazar y ser abrazados, acunar y ser acunados,
gritar sus nombres y correr, entre otras muchas cosas. Y aún no sé para quién
ha sido más hermoso. Si para ellos o para nosotros. Sólo sé que días como el de
hoy me dan la medida exacta del privilegio inmenso de mi trabajo. >>
Del blog de Pepa Horno
Doy gracias por poder vivir esta experiencia.
Antonio J.
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